Enfermedades de la civilización

INÉS ROIG (*)

La mayor parte de los países desarrollados vivimos en grandes ciudades, dependientes para casi cualquier actividad de una tecnología que nos hace la vida más fácil, nos desplaza cómodamente en vehículos que nos evitan cualquier esfuerzo físico y nuestras comidas son abundantes. Sin embargo, presentamos un exceso de azúcares refinados, sal y grasas y estamos totalmente desconectados del medio natural en el que evolucionamos.
 Durante casi tres millones de años nuestros antepasados vivieron como cazadores-recolectores y fue ese tipo de vida al que sus genes, su fisiología y su psicología se fueron adaptando lentamente. A pesar de ello, la adaptación nunca fue perfecta. El diseño de nuestro cuerpo y cerebro es imperfecto, su finalidad no es la perfección, sino las mejores soluciones para la supervivencia y la reproducción.
 Los cazadores-recolectores llevaban un tipo de vida que requería mucho ejercicio físico, su alimentación era rica en proteínas y vegetales y pobre en grasas, los cambios sociales y tecnológicos eran lentos y disfrutaban de soporte emocional por parte del resto de los miembros del grupo. Se movían mucho, pero vivían despacio.
 Con la llegada de la agricultura se redujo el aporte de proteínas, la alimentación se volvió menos variada y los cereales pasaron a ser la fuente principal de la alimentación. A pesar de la vida sedentaria, los avances tecnológicos aumentaron las posibilidades de supervivencia.
 La revolución industrial trajo la alimentación con exceso de azucares refinados, sal y grasas, la falta de ejercicio físico, el estrés crónico y la vida en ciudades con una elevada densidad de población. Ahora nos movemos poco pero vivimos deprisa. Todo ello introdujo un aumento de la obesidad, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y los trastornos emocionales que caracterizan a nuestra civilización.
 Hasta principios del siglo XX, la tuberculosis, la gripe o la neumonía eran las principales causas de fallecimiento. Las enfermedades que nos hostigan en la actualidad, en cambio, inducen un daño acumulativo y lento. Son crónicas. Pese a ellas y gracias a los avances de la medicina, cada vez más personas viven hasta edades avanzadas, en las que un porcentaje elevado desarrolla enfermedades neurodegenerativas como el alzehimer o el parkinson.
 No hay duda de que los avances tecnológicos han mejorado nuestra calidad de vida, pero nuestro genoma no está adaptado al medio actual. Quizá si imitáramos en algunos aspectos a los cazadores-recolectores, en lo que se refiere a ejercicio, dieta y redes de apoyo social, llevaríamos una vida más sana.
 Por ejemplo, practicar más ejercicio puede ser un buen comienzo. El ejercicio no solo protege contra la obesidad, la arteriosclerosis y la osteoporosis, sino que aumenta la producción de nuevas neuronas, clave para el aprendizaje y la memoria. Además, activa las áreas cerebrales asociadas con la sensación de recompensa que alejan de la depresión.
 La dieta actual es pobre en ácidos grasos omega 3, los cuales protegen contra enfermedades cardiovasculares y contribuyen a disminuir la gravedad de enfermedades del cerebro. Incrementar el aporte dietético de omega 3 podría ser otra buena medida para combatir los efectos del sedentarismo.
 El aumento de la higiene en las sociedades desarrolladas ha conseguido disminuir la mortalidad infantil de forma espectacular. Pero este exceso podría tener su precio ya que las infecciones durante la infancia modulan el sistema inmune preparándolo para enfrentarse a infecciones durante la vida…
 En resumen, la civilización nos ha traído grandes ventajas desde el punto de vista de longevidad, calidad de vida y la seguridad pero también ha dejado efectos adversos como la obesidad, la hipertensión y enfermedades relacionadas con el estrés. El reto inmediato es disfrutar de las ventajas de la civilización sin caer en los errores derivados de la dificultad de nuestra biología para acomodarnos a los excesos de comida y seguridad vital. Y, para ello, las dos palabras clave son conocimiento y educación, dos posibilidades excelentes que también nos brinda nuestra biología.

(*) Farmacéutica

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