El uso de la violencia, física o de palabra es el recurso fácil de quien se queda sin argumentos y nunca tuvo el más elemental nivel de educación.
Muy mal vamos si las esperanzas de nuevos vientos en la política entran al trapo de tan elegantes insultos.
¿Dónde quedaron aquellas escaramuzas dialécticas de antaño en las mismísimas Cortes?
Se dice que en su discurso cierto político aludió a los calzoncillos de estampado de flores que pudiera lucir un colega de la oposición en un claro intento de acusarle de homosexual.
En su turno de réplica, el aludido propuso al primero que recomendara un poco más de discreción a su esposa.
Dos duras acusaciones en elegante tono, hábiles y hasta divertidas.
Es decididamente lamentable e inadmisible que quienes nos proponen llevar el timón de este maltrecho barco se refieran unos a otros acusándose de estar llenos de caca o de mierda.
¿Qué decimos a nuestros chavales?
¿No basta con que la televisión esté llena de gritos, palabrotas, guarradas, divos (y divas) incultos hasta el dolor?
Por este camino de la caca y la mierda usadas como mazo de destrucción no estoy muy seguro de conseguir una política de gobierno que nos sitúe en mejores puestos en el ranking mundial de países desarrollados.
Estas malas formas evidencian que al final, más de lo mismo.
Nos reímos de la Universidad de la Hamburguesa, pero qué diferente sería todo si la Política fuese una carrera a estudiar en La Universidad de La Política, de donde saliesen auténticos profesionales en cada especialidad, capaces de gobernar con eficacia sin castas, corrupción o incompetencia que tanto abunda en estos tiempos que corren.
Imposible utopía.
Lo peor de todo esto es que sólo las formas son reprochables, porque cierto es que con peor o peor estilo, ambos pueden tener razón, mucha mugre por todas partes.