Quienes ya tomábamos café cuando pasamos de las ochenta pesetas a las ciento sesenta que valía el euro, podemos mirar hacia atrás y comprobar que antes de ese cambio, ser millonario era ciento sesenta veces más fácil que ahora.
Esta sencilla cuenta tiene repercusión mucho más allá del café que siempre usamos para dar ejemplo del engaño que nos produjo el euro.
El turismo ha cambiado, ese motor de muchas ciudades de nuestras costas se cae en picado dándose golpes entre la crisis y la imposibilidad de ser millonarios.
Con la peseta nos visitaban los millonarios de las ciudades grandes, Valencia y Madrid especialmente, dos ciudades que junto a Barcelona poseen la mayor cantidad de «quiero y no puedo» de España, esos que visitaban al pueblo para darnos de comer y que ahora se traen la lata de casa para salir a cenar solo un día de los diez que van a estar, porque ya no se puede estar todo el mes como antaño.
Ese turismo barato, cutre, venido a menos del que era millonario y hoy lo es ciento sesenta veces menos, hizo que cerraran sus puertas muchos comercios dejando nuestras pequeñas ciudades como ropa vieja, llenas de remiendos, manchas y malos arreglos.
Los que sí son millonarios, ciento sesenta veces más millonarios que nuestros venidos a menos turistas, esos se van a pueblos o pequeñas ciudades donde las cosas son más caras, mejores o no, pero lo suficiente como para hacer aquello que hacían los de las pesetas, mostrar sus millones a base de coches de lujo, grifos de oro, Rolex y megayates de los que además de pies de eslora tienen una vida a bordo de glamour y despilfarro, igual que en Dénia, por ejemplo.
Ahora es tiempo de nuevos asfaltos y carril bici por el medio y pintado de rojo fuera de las normativas legales y además así se ven menos y duran menos, ya están todos borrados.
Es tiempo de mejorar el megapuerto, así pueden atracar «hasta» cinco cascarones tristes llenos de obreros haciendo reparaciones, ni cava ni ostras ni caviar, bocadillo de chorizo y cervecita.
Para volver a atraer al nuevo millonario, habría que hacer una inversión en grifos de oro, metros de amarre y calado, shopping de categoría y un nuevo look que Dénia no alcanzaría ni por nada del mundo, llevo años pidiendo que se dé un poco de «algo» a los puestecitos de los hippies del puerto.
No se deje engañar por las promesas, querida/o ciudadana/o, el arreglo de Dénia no va por ahí y seguro que tampoco las cumplen.