Conjuntivitis del recién nacido

Dra. TERESA ROMERO RUBIO (*)

La conjuntivitis es una de los motivos de consulta más frecuente en el recién nacido. Se trata de la inflamación de la conjuntiva, que es la membrana transparente que protege el ojo frente a agresiones externas. Clínicamente se manifiesta como “ojo rojo”, legañas, lagrimeo, secreción purulenta y en algunos casos, inflamación de los párpados. Pese a lo aparatoso que pueda parecer, es una entidad muy frecuente, y en la mayoría de casos, banal y que se resuelve sin problemas con un tratamiento adecuado.
La causa más frecuente es la infección por microorganismos que colonizan la región vaginal y que el recién nacido contrae al atravesar el canal del parto (bacterias, como las chlamidias, o virus, como el caso de los herpes, entre otros). Por ello desde hace años se viene realizando, como medida profiláctica, la administración de pomada de eritromicina oftálmica al recién nacido al poco de su nacimiento.
Cuando aparecen síntomas que sugieran conjuntivitis, en primer lugar hay que realizar un correcto lavado ocular con suero fisiológico, retirando las legañas con una gasa estéril. Para prevenir complicaciones, se asociará un tratamiento antibiótico o antiinflamatorio en forma de gotas o colirio que prescribirá su pediatra. Algunos remedios caseros, como lavados con algodón empapado en manzanilla pueden ser efectivos, siempre y cuando se asocian a un tratamiento médico adecuado. En los casos más complejos o cuando la evolución no esté siendo la esperada, el pediatra tomará una muestra de la secreción ocular para su cultivo y análisis microbiológico. Los casos en los que se precisa ingreso y tratamiento antibiótico intravenoso son excepcionales.
A partir del primer mes de vida, si el bebé presenta signos de conjuntivitis, puede ser debido a la obstrucción del conducto nasolagrimal, que es también muy frecuente a esta edad. Las lágrimas son secretadas por la glándula lagrimal, en la parte externa del ojo, y se drenan a través de este conducto, que está en el canto interno del ojo y conduce las lágrimas hacia la nariz. De este modo el ojo se mantiene siempre húmedo y protegido frente a los cuerpos extraños. Cuando hay una obstrucción del conducto nasolagrimal, la consecuencia de este mal drenaje puede ser el aumento en la eliminación de las lágrimas (epifora), la sobreinfección (conjuntivitis) o la infección del saco y el conducto lagrimal (dacriocistitis) por obstrucción prolongada.
La causa de esta obstrucción es casi siempre mecánica, debido a falta de permeabilización del conducto o por la forma de la nariz del bebé, que obstaculiza su trayecto. Lo habitual es que, cuando la nariz crezca, también lo haga el conducto y al ir rectificándose su forma, se verá facilitado el drenaje de las lágrimas. Por ello inicialmente el pediatra tomará una actitud expectante y poco agresiva. Una de las medidas habituales en enseñar a los padres a hacer masajes en la región interna de los ojos para ayudar a la apertura del conducto y el drenaje de las lágrimas. Como las sobreinfecciones y conjuntivitis son frecuentes, se tratarán con las gotas antibióticas habituales. Esta situación es muy frecuente hasta los 6 meses de vida.
Si pasado este tiempo el bebé sigue presentando síntomas de forma persistente a pesar de las medidas conservadoras, su pediatra derivará al niño al Oftalmólogo para que valore la necesidad de intervención quirúrgica. Ésta consiste en el sondaje del conducto para que recupere su forma y función habitual. Es una intervención sencilla y de poca duración, aunque sí precisa anestesia general. La evolución es en la mayoría de casos satisfactoria y son excepcionales los casos que requieren un segundo drenaje por reobstrucción del conducto.

(*) Pediatra. Hospital Marina Alta. 

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