Desde que tengo memoria, algo más de 50 años, recuerdo que a mi alrededor se hablaba de cómo pagar menos impuestos.
La realidad de hoy es que desde el gran ciudadano catalán estandarte del honor y la honra hasta el más humilde ciudadano intenta de una u otra manera reducir la cifra final de impuestos a pagar. 
Noches de insomnio en busca de la fórmula mágica con la que de un modo más o menos abultado, se pueda engañar a los chicos de hacienda.
Miles de consejos, centenares de vueltas en torno al mismo tema, en el mismo lodo todos «manoseaos».
¿Cuál es la explicación a semejante delito masivo internacional?
Sin ninguna duda, la educación, el ejemplo, la realidad.
¿Cómo se le dice a un niño que no fume mientras sostenemos un cigarro en la mano?
Nuestro contable debe ser una persona de confianza, alguien honesto, leal y honorable, en quien depositamos nuestros dinerillos para que los cuide, multiplique y aporte mejor calidad de vida a quienes la suponen material y adinerada.
Cuando vemos que el equipo contable gana salarios insalubres, tanto dinero sólo puede producir empacho, reparten nuestro aporte entre sus compadres y amigos y no dudan en buscar el modo de pagar menos a hacienda, sólo podemos pensar en no darles nuestros ahorros o lo menos posible.
Sería fantástico vivir en un mundo feliz donde todo fuese confianza, en el que se viese realmente qué se hace con el dinero de todos, menos autopistas y más sanidad, menos rotondas y más educación, menos cenas y viajes y más ayudas a los necesitados.
Qué genial sería pensar en el modo de generar más beneficios para poder pagar más impuestos para vivir en un mundo mejor para todos y no para una casta que se lo lleva todo, al final, nada ha cambiado en los últimos quinientos años, sólo nos falta que «el señor» reclame su derecho de pernada.
