INÉS ROIG (*)
Un corredor adelanta a un caminante y, mientras levanta educadamente la mano para saludar, piensa: “A tres por hora la salud no mejora”. El caminante, por su parte, contesta educadamente al saludo y piensa: “Correr sin mesura, lesión segura”.
¿Cuál de los dos tiene razón? Para la salud, ¿es mejor correr o caminar? Depende.
Depende de que aspecto de la salud se quiera cuidar y depende del estado físico y de las preferencias de la persona. Lo que es mejor para una persona físicamente activa, que dispone de poco tiempo y que disfruta de descargas masivas de endorfinas no será lo más adecuado para otra persona que ha llevado una vida sedentaria, que tiene sobrepeso y a quien el médico le acaba de recomendar que haga ejercicio.
Si se mira únicamente la salud cardiovascular, tanto correr como caminar son altamente beneficiosos, los beneficios de ambos son similares si la distancia recorrida es la misma. Es cierto, que cuanto más rápido se va, más rápido se obtienen resultados; pero ir a un ritmo lento y constante nos acaba llevando al mismo punto.
Tanto correr como caminar reducen el riesgo de desarrollar hipertensión, exceso de colesterol, diabetes o una enfermedad coronaria en los seis años siguientes. El mayor beneficio se observa con el riesgo de diabetes, que se reduce alrededor de un 12% con ambas actividades. Para colesterol, hipertensión y enfermedades coronarias, es un poco mejor caminar que correr. Pero en ambos casos el beneficio aumenta cuanto mayor es la distancia recorrida.
Dado que cuando se corre se suele consumir aproximadamente el doble de energía que cuando se camina, para conseguir los mismos efectos, hay que pasar el doble de tiempo caminando que corriendo. Entonces, una buena opción puede ser correr los días que tenemos menos tiempo y caminar los días que tenemos más.
Un caso particular es el de las personas con exceso de peso, especialmente si no están acostumbradas a practicar actividad física. En este caso, se recomienda primero caminar, después, a medida que mejora el estado físico, se puede iniciar un trote suave e ir aumentando el ritmo progresivamente.
Para un máximo beneficio cardiovascular, conviene alcanzar entre 120 y 140 pulsaciones por minuto durante 45 minutos. Por lo tanto, si se prefiere caminar que correr, conviene hacerlo a un ritmo lo bastante vivo para ejercitar el sistema cardiorrespiratorio.
Más allá de la salud cardiovascular, cuando se analiza como afecta la actividad física a las articulaciones, no hay duda que caminar es mejor que correr. Al correr las articulaciones de las piernas soportan una carga de entre dos y tres veces el peso corporal a cada paso. Lo cual explica que las personas que corren tengan un riesgo más alto de desarrollar artrosis al cabo de los años que las que caminan.
Pero si, en lugar de centrarse en las articulaciones, se analizan los efectos sobre el estado de ánimo, correr parece ser mejor que caminar. Ambos ejercicios mejoran el riego sanguíneo del cerebro, favorecen el rendimiento intelectual, ayudan a preservar la memoria en personas mayores y reducen el riesgo de ictus y de Alzheimer. Sin embargo, las actividades físicas intensas y sostenidas, como correr, proporcionan una sensación de bienestar psicológico a la que no se puede acceder caminando.
De modo que, una vez vistos los argumentos a favor y en contra de caminar y correr, ¿cuál de los dos protagonistas de la primera escena tiene razón, el caminante o el corredor?
Se puede elegir. Para quién prefiera caminar, está bien caminar. Para quién prefiera correr, está bien correr. Ambos son igualmente beneficiosos. Y cualquiera de los dos es mejor que quedarse sin hacer nada.
(*) Farmacéutica