Adelgazar no (siempre) está en nuestra mano

INÉS ROIG (*)

Más de 600 millones de personas en el mundo son obesas, el doble que en los años 60. En el banquillo se sientan hoy no solo el sendentarismo y la dieta. La contaminación, la luz artificial y el gen de la gordura están también en el punto de mira.
El sedentarismo, el abuso de hidratos de carbono y de azúcares o la comida rápida son algunas de las causas que se aducen constantemente, pero no son las únicas.
Un estudio reciente, comprueba que la contaminación, los medicamentos e incluso nuestros horarios-cenamos mucho más tarde que antaño- nos suman kilos. Para mantener la línea, una mujer de 40 años debe hacer más ejercicio y vigilar más su dieta que una persona de la misma edad en 1971. Una persona con las mismas costumbres alimenticias y deportivas pesaba en 2008 un 10% más que en 1971, y un 5% más que en 1988.
Son muchas las posibles enfermedades derivadas de este mal: diabetes, dolencias cardiovasculares, trastornos óseos o musculares y hasta algunos tipos de cáncer. La OMS calcula que la obesidad se cobra cada año 2,6 millones de vidas en el mundo.
La mayoría de los estudios coinciden en algo: no toda la culpa es nuestra. Un ejemplo, el gen de la gordura existe. Los portadores son proclives a sentirse atraídos por alimentos de alto contenido graso; es decir, les tienta más la comida basura.
La bola de cristal no existe (todavía). Con la información de la que disponemos, no es fácil predecir a quién le sobrarán varios kilos en el futuro. Solo se conocen entre un 5% y un 20% de los genes implicados. El ADN nos condiciona en torno a un 37%. Ya existen exámenes de nutrigenética, pero son caros (unos 300 euros) y su efectividad es limitada (no analizan suficiente ADN).
Otro factor que nos engorda es el estrés. El ruido es el protagonista de varias investigaciones. Este problema cada vez más común en las ciudades, el 45% de los europeos reside en zonas con unos niveles por encima de los 55 decibelios, lo que aumenta el cortisol, altera el funcionamiento hormonal y cardiovascular. Además, provoca ansiedad y altera el sueño, lo que se traduce a la larga en más adipocitos.
Hemos alterado nuestro biorritmo; cada vez pasamos menos tiempo en exteriores. Es la tiranía de la luz artificial. Esa dictadura inhibe la quema de calorías. La iluminación o incluso las pantallas del ordenador o del móvil inhiben la acción de la grasa parda, capaz de quemar calorías y lograr que adelgacemos.
Es una paradoja: los españoles ingieren menos calorías que en los años 70, se ejercitan más, están más informados sobre regímenes y superalimentos y, sin embargo, la «enfermedad» se propaga: hay un 10% más de obesos que hace 20 años. El poder adquisitivo ha aumentado, también la variedad de alimentos, pero comemos más y la genética no ha tenido tiempo para adaptarse a las nuevas costumbres.
Nos puede la gula. Y la tentación. Las raciones se han agigantado: un paquete de patatas fritas es hoy un 50% más grande que en 1993 y el de cacahuetes, un 80%. Los restaurantes son también más generosos: sirven filetes de 240 gramos, cuando antes eran de unos 160. El resultado: en Europa esta lacra afecta al 20% de los hombres y al 23% de las mujeres, según datos de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad.

(*) Farmacéutica

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