Me dirijo a usted, señora o señor que me está llenando los rincones, algunos muy íntimos, con promesas que usted sabe perfectamente que no podrá cumplir.
Lo hago porque alguien tiene que decirle a usted que ya no todos nos creemos su discurso. 
En cada pueblo hay habas que cocer, sin duda, y sin duda poco a poco van cayendo estanterías de políticos que como a usted, todos creíamos los salvadores de la Patria.
Yo, y conmigo unos cuantos más, no me creo sus promesas, porque mientras estuvo a tiro de poder hacer algo, alegó que no le dejaron ¿por qué voy a creer ahora que sí le van a dejar?
Ese es primo mío, aquél lo tengo cogido y así una infinita lista de prevaricados y prevaricadores que hacen de nuestros pueblos una copia bastante exacta del régimen nacional.
O las órdenes le llegarán dadas desde arriba y, como muchos que alguna vez quisieron hacer las cosas bien, usted tampoco podrá, pero ni renunciará ni se disculpará, si con callar, el pueblo olvida y hasta le seguirá votando.
Usted que después de cinco, siete u ocho años en el ayuntamiento pretende que me crea que ahora es cuando hay que hacer las cosas que usted no hizo pero si le voto las hará.
No amiga/o política/o, no se extrañe que no le crea, tampoco me diga que usted no fue, porque usted no fue pero lo sabía y eso es complicidad y apaño para el futuro, por si cambia la tortilla de lado.
Por último, recordarle, que su trabajo lo pagamos entre todos, cada vez que compramos leche o pagamos un IVA, los cargos políticos son para servir al ciudadano, no al político.
Que cada vez que usted insulta mi inteligencia me siento impotente porque no puedo decirle qué pienso de usted, ya ve, de todos iguales… nada.
¿Ha observado que no existe ni un/a solo/a político/a que nos atrevamos a tachar de intachable?
Dice una canción brasileña: «…el hombre que dice VOY, no va, porque el que realmente VA, no lo dice…».
