De vez en cuando me pregunto si escribir en esta columna produce algún beneficio a algo, a alguien o a mí mismo. Por que estoy convencido que una cosa que no produzca beneficio, en estos tiempos críticos, no tiene ningún sentido que persista.
¿Alguna vez les aclara algo? ¿En algún momento les hace reflexionar? ¿Ha cambiado el sentido de sus vidas? ¿Les ha gustado? Por el contrario, ¿les ha disgustado?
Volvamos al beneficio o al perjuicio que les produce esta columna. ¿Ha producido su lectura un incremento de sus bienes, por supuesto terrenales? ¿Les ha creado mala conciencia? Si no ha producido inquietad moral ni pecuniaria, es algo inútil, que solo produce placer, que no beneficio al que la escribe, a mí.
Después de todo este rollo, les diré que hoy estoy particularmente cansado. Viajar al «capi casal», me produce cansancio, tensión, malestar. Me gusta Valencia, pero me gusta la Valencia asequible, limpia, natural, sin adornos inútiles. Es decir una ciudad que solo está en mi imaginación y que ahora ni está, ni se le espera. Se ha quedado a mitad de camino entre una ciudad de campesinos, ricos y pobres, de mercaderes, de artesanos y una ciudad con una industria potente, un sector turístico para exquisitos, una joya engastada en la pechera de la huerta más productiva y feraz de Europa.
No hagan caso. Sólo estoy cansado de caminar sorteando coches, ciclistas, semáforos, gente, mucha gente que va corriendo, a saber donde, bajo un sol radiante, pero con un ambiente gélido Seguro que la columna de hoy no ha beneficiado en nada su ego. A mí, por lo menos, muy poco.