
Este año, la Navidad y su representación, el Belén, con sus figuritas clásicas rodeadas de pastorcitos y animalitos, ha tenido algún matiz, como la desaparición de la mula y el buey, la indefinición de si el portal de Belén era una cueva o un establo y si los Reyes eran tres o más, si eran magos al mismo tiempo que reyes y si había alguno negro. En fin, toda una completa revisión de nuestros recuerdos infantiles, que han pervivido a lo largo de nuestra vida y que ahora que el robamemorias nos hace olvidar parte de nuestra biografía, las caras de nuestros más allegados, sus nombres, etc., tenemos que memorizar los nuevos eventos para poderlos repetir a nuestros nietos, pues ya no sabemos si delante de esas figuritas alrededor de un portal, diciéndoles que allí se refugió el niño Jesús recién nacido, calentito por el cálido ambiente que proporcionaban los dos míticos animales. Y que les vamos a decir de los Reyes Magos, porque se necesitaba ser mago para poder repartir todos los regalos en unas pocas horas y sin dejar ningún rastro de su presencia.
Se nota que me voy haciendo viejo y que los cambios me resultan difícilmente asumibles. Pero estamos en tiempos de grandes cambios, a mi criterio para ir a peor. ¡Ya me dirán ustedes que ilusión y que respeto puede inspirar el gordinflón vestido de rojo, colgado en la barandilla de un balcón, intentando trepar por una escalera de cuerda! Al menos, nuestros venerables reyes tenían una dosis de dignidad y misterio y que nos producía la ilusión de que vendrían con alguna de nuestras peticiones, porque aunque no eran ricos, eran magos. Hace tiempo que se fue perdiendo la costumbre de dejar alfalfa y agua para que comieran y bebieran los cansados camellos, acostándose pronto para no ser sorprendidos por los monarcas y su séquito. ¡Qué nervios!







