¡Por fin se acaba 2011!. Ha sido un mal año para todos. Bueno, para todos no. Para los mal llamados «mercados», que se debían llamar más apropiadamente especuladores, no ha sido un mal año. Para las agoreras agencias de calificación, que han hundido la economía de varios países, han derribado gobiernos con solo insinuar que su economía estaba al borde de la quiebra, aunque no sabemos los simples mortales de donde sacaban sus informaciones, tampoco ha sido malo. Malo ha sido para los empresarios y muy malo para los trabajadores. Pésimo para algunas entidades bancarias, sobre todo aquellas que han seguido el rumbo que le marcaban ciertos mandamases avariciosos y corruptos.
El año que acaba no ha dejado títere con cabeza. Los pocos que han podido salvar su cuello tienen una dura pelea por delante que les puede dejar también derrotados.
La mayoría de los seres humanos, que ya habíamos creído que entrábamos en la edad de oro, de pronto nos hemos encontrado en plena edad del estiércol y la basura, tal es la degradación en todos los sentidos de la sociedad actual. No se ve a lo lejos ninguna señal de bonanza. Solo negras nubes de tormenta, que descargan pedrisco, acompañado de rayos y truenos.
En fin, en ninguna ocasión es más necesario desearles que el próximo año 2012 sea más feliz, más venturoso, más próspero. Porque si no, estamos arreglados.