Cuando el 14 de octubre de 2012, Félix Baumgartner, paracaidista austriaco de 43 años saltó desde un globo hinchado con helio, elevado a la altura de 39.068 metros y se dejó caer para superar el record mundial de salto, superar la velocidad del sonido sin ayuda mecánica y subir al punto más elevado de la estratosfera jamás alcanzado.
Como el evento dicen que fue televisado (yo no lo vi), se pudo seguir en directo, dándole mayor vistosidad y emoción. Porque no me digan los que estuvieron al tanto, que no tuvo su puntito el esperar que se estrellase. Pero no. En el momento oportuno, el paracaidista desplegó el paracaídas y el aterrizaje fue muy dulce y placentero, tanto como si hubiese aterrizado en una cama de plumas de pecho de paloma. Y muy preciso. No se desvió ni un palmo de la zona prevista.
Los preparativos han sido largos, minuciosos, como debe ocurrirles a los nacidos en la ciudad de Salzburgo, que ahora será conocida por ser la patria «grande» de este monstruo de la precisión y el arrojo. Mozart, que también nació en Salzburgo como algunos saben, quedará relegado a un segundo plano y del que se conocerán más sus hazañas amatorias que su ingente producción musical. Total hace tanto que vivió y murió que ya no es ninguna novedad, a menos que se encuentre una nueva sinfonía.
Pero que quieren que les diga. A mi no me resulta ninguna hazaña eso de tirarse desde casi 40 kilómetros de altura y no acabar hecho tortilla. Media Humanidad está en caída libre desde hace varios años y lo único que hacemos es recriminarle que se aferre a paracaídas de juguete, que pueden hacerle perder el conocimiento, como confesó el héroe que estuvo a punto de pasarle. Es más, si me apuran un poco, no me acabo de creer que haya viajado por el espacio a esa velocidad y no se haya incinerado por el roce de la atmósfera contra su cuerpo. Pero todo se debe a que soy un envidioso, que por no creerse no se cree que esta crisis no la provocaron los mercados, sino los gestores políticos, que quieren cubrir sus espaldas con esa crisis para no tener que dar explicaciones de adonde se ha ido nuestro dinero que lo mismo se fue por algún imbornal.