NELIA HIGUERAS
Tenemos la malísima costumbre (que ya casi se ha convertido en necesidad) de querer clasificarlo todo y, al final, siempre nos acaba pasando que, cuanto más profundizamos en la naturaleza de las cosas, más diversidad y variedad se presenta ante nuestros ojos, convirtiendo ese sistema que nos creamos en un arcaico y profano intento inútil de controlar lo incontrolable (pero que, ciertamente, a la vez nos brinda -si nos atrevemos a mirar- un maravilloso orden universal lleno de pluralidad en el que todo tiene cabida). Y por eso hoy, en el mes del orgullo de lo diverso, vengo a contaros que yo no sé (ni quiero saber) contar.
Cuando somos pequeños queremos, por encima de todo, sobrevivir en el entorno en el que hemos nacido. Y, si hay una cosa que nos viene asignada de nacimiento, si hay algo que en todas las familias y sociedades de todas las culturas nos dicen, es que si has nacido con pene eres un varón y si has nacido con vulva eres una mujer. Y, además que, en función de esto, tu rol, el papel que se espera desempeñes en tu tribu, se regirá por unas normas morales socialmente aceptadas que dependerán del entorno social y familiar: desde “si eres mujer cuidarás de los niños” hasta “si eres hombre no puedes llorar”. Estos estereotipos de género los entendemos desde bien pequeños y hacemos todo lo posible por cumplirlos. Porque queremos sobrevivir, queremos encajar y queremos ser amados.
Pero hay ocasiones en que algunas personas no se sienten identificadas con este rol (masculino o femenino por defecto) impuesto por su sexo, por sus órganos reproductores, que a su vez es moldeado por todo su entorno. Hay ocasiones en las que su identidad de género (término acuñado en 1955 por John Money) le grita desde bien adentro, según cómo ve que los demás construyen su identidad desde estos estereotipos, que elle misme se identifica con otra identidad que no es la asignada, que no es la impuesta. Y romper con estas expectativas sociales supone, para muchos, un shock.
Pues bien, esta identidad de género se construye entre los 2 y 4 años de edad según apunta el antropólogo Juan Gavilán (sí, tan pronto). Pero, dependiendo del entorno y según la experiencia vivida, será más o menos fácil contrariar a su familia y a su entorno para que le traten como realmente es, dentro de la identidad de género con la que realmente se siente identificade.
A lo largo de la Historia las personas trans han sido vistas de diferentes maneras por la sociedad, pero siempre han existido: en todas las culturas y en todos los estratos. El cómo este tercer género ha sido aceptado en cada cultura ha dependido principalmente de las jerarquías de poder establecidas y de lo que estas deciden sobre lo que está bien o mal visto.
Podemos poner como ejemplo de sociedades que han aceptado el tercer género la nativoamericana, en la que los indios norteamericanos llamaban “dos espíritus” a las personas transgénero y les atribuían el poder de sanar, o los más de cinco millones censados de hijras, el tercer género que hay en India, que convive de manera perfectamente integrada con los otros dos.
Aunque más tarde, cuando las religiones monoteístas y patriarcales empezaron a ganar terreno, las normas sociales se tornaron más estrictas y se otorgó el máximo poder posible al hombre cis heterosexual, relegando otras maneras de ser y vivir a la otredad; que automáticamente fue perseguida, castigada y repudiada. Hoy todavía nos estamos intentando librar de esta herencia para incluir en nuestra sociedad toda esa diversidad que, por motivos de poder, se ha quedado fuera.
Lo mismo ocurre con la orientación sexual, sobre la cual también hay mucho que decir. Según apunta Foucault, es interesante tratar el tema desde dos puntos de vista distintos: el sexual-reproductor, biológico (mantengo relaciones sexuales para tener descendencia), y el del placer, muy vinculado a la moral social.
Forma parte de nuestra identidad personal lo que nos da placer, lo que nos atrae, lo que se configura como nuestro deseo (a todos los niveles), pero es inevitable mencionar que, históricamente, cómo este placer sexual es visto socialmente se ha usado como un modo de controlar a la propia sociedad.
Se suele tender a pensar que en la Grecia y Roma antiguas la sexualidad estaba libre de moralidad, pero el historiador Paul Veyne ha descubierto que los principios morales que atribuimos hoy al catolicismo sobre que la sexualidad únicamente tenga fines reproductores, que el placer sexual es un pecado que conviene ser evitado, y que las familias sean monogámicas eran principios que ya estaban instaurados entonces.
Estos principios (entonces, más tarde con el catolicismo y en la propia actualidad) sirven para moldear la sociedad y que se mueva al unísono, con el objetivo de que, básicamente, no dé problemas a quien ostenta el poder. Y por eso la represión, el repudio y el castigo a todo lo diferente. Porque, como ya he apuntado anteriormente, no queremos ser expulsados de nuestra tribu y reprimiremos nuestro sentir cuanto sea necesario para lograrlo.
Ahora bien, gracias a que hemos podido observar cómo otras culturas tratan estos temas tan identitarios, y sumados a este nuevo interés en observarnos a nosotros mismos y a identificar nuestro deseo aceptando que tenemos una manera única de disfrutar el placer, ha llegado el momento en el que podemos empezar a mirarnos como seres en constante cambio, liberándonos poco a poco de unas etiquetas y unos prejuicios que solo nos enjaulan y nos roban libertad.
Estamos, de hecho, en el momento perfecto para replanteárnoslo todo, para deconstruirlo todo. Y no, no se puede elegir quién te atrae; a algunas personas les atraen otras personas de su mismo género (homosexuales), de diferente sexo (heterosexuales), otros se sienten atraídos por ambos (bisexuales), por su intelecto independientemente de todo lo demás (sapiosexuales) o por otras características que no tienen que ver con el género (pansexuales). Y todo esto teniendo en cuenta que estas palabras son tan solo etiquetas, que nos estamos descubriendo toda la vida y que hoy somos así, pero mañana quién sabe.
Pero lo más bonito de todo es que cada vez más estas personas, cada uno de nosotros, sienten, sentimos, que pueden mostrarse al mundo tal cual son sin exponerse a un peligro físico o psicológico real.
Cada vez más y en más espacios.
Porque todavía queda muchísimo por hacer, llevamos casi toda la Historia de la Humanidad con unos parámetros demasiado rígidos que nos han hecho un daño desmesurado.
Pero la sociedad está cambiando de la mano de las nuevas generaciones. Elles, a través de la divulgación en sus propias redes y canales, están visibilizando de una manera activa y fuerte esta diversidad, desde su experiencia propia y con referentes tan potentes como Butler o Beauvoir. Elles están planteando un mundo nuevo en el que todo tenga cabida y en el que no se dé ya nunca más nada por sentado.
Hagamos nosotres también, desde el amor, que este mundo nuevo sea posible. Por su futuro y por el nuestro.